LAS PROMESAS NO SE COMEN


 

   Esteban Tabares

El próximo 13 de octubre comienza la Semana contra la Pobreza con el lema "Las promesas no se comen". Finalizará el viernes 17 -Día Internacional de Lucha contra la Pobreza- con manifestaciones y diversas acciones en más de cien países en todo el mundo. El pasado año 40 millones de personas nos movilizamos por esto. El objetivo de la semana es que los ciudadanos tomemos mayor conciencia de la situación de pobreza grave y evitable en la que viven millones de personas, y hacernos ver que entre todos podemos cambiar esa inhumana realidad. Si  queremos, podemos ser agentes de cambio, pues la responsabilidad de transformar las cosas no recae exclusivamente en los dirigentes, aunque ellos deberían ser los principales actores del cambio. Los ciudadanos podríamos dar un profundo vuelco a esa inmensa injusticia si nos comprometemos en múltiples acciones posibles y convencidos de que "la cabeza no se mueve si no se mueven los pies".

Desde que en el año 2000 firmaron en la ONU los llamados "Objetivos de Desarrollo del Milenio", 189 jefes de gobierno se comprometieron alcanzar en el año 2015 ocho grandes objetivos y aportar para ello el 0'7% de su renta nacional (PIB). Sin embargo, con todo descaro y sin pudor alguno, los están incumpliendo sistemáticamente. Una vez más, olvidan que con las promesas no se come y se burlan de sus propios compromisos y de la ciudadanía que confiaba en ellos. Por ejemplo, el objetivo primero era "Erradicar la pobreza extrema y el hambre, con la meta de reducir a la mitad el número de personas con ingresos inferiores a un dólar diario y que padecen hambre".

Frente a las bellas e incumplidas promesas, en el año 2007, ¡50 millones de personas se han sumado a las que pasan hambre! La crisis alimentaria (subida de los precios, acaparamiento de alimentos, cereales para biocombustibles, presiones de la OMC a los países del Sur, etc.) afectará por hambre a más de cien millones de personas, que pasan también a engrosar esta inhumana realidad: 1.400 millones      -uno de cada cuatro habitantes del planeta- malviven en la pobreza. 

Una auténtica lucha contra la pobreza exige tres grandes medidas: mayor y mejor Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), cancelación de la Deuda Externa (mejor dicho, Deuda Eterna) y un cambio en las normas del comercio internacional controlado por la OMC.  Sin embargo, en vez de avanzar, se camina hacia atrás como el cangrejo. La AOD ha disminuido un 25% en los últimos 15 años: si en 1990 la media se situaba en el 0'33% del PIB de los países donantes, hoy día ha bajado al 0'25%. Sólo cinco países (Dinamarca, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega y Suecia) han alcanzado el famoso 0'7% de su renta para la ayuda. España aporta hoy día el 0'5% y el gobierno se ha comprometido a alcanzar el 0'7 para el 2010; así lo esperamos. Francia, Canadá e Italia, entre otros, ya han declarado que van a recortar sus presupuestos en este sentido.

Hay que cancelar la Deuda Externa de los 62 países más empobrecidos del mundo. En abril de 2007 eso se hizo sólo con 22 países, pero se les obliga a cumplir unos requisitos impuestos por los países enriquecidos: privatización de los servicios públicos y apertura de sus mercados locales a las economías del Norte. Finalmente, es necesario limitar y controlar el poderío de la OMC , cuyas normas sobre el comercio internacional siguen favoreciendo los intereses de los países dominantes e impiden a los agricultores y gobiernos del los países dominados decidir cómo luchar contra su pobreza, proteger su medio ambiente y garantizar su propia alimentación.

Nada de todo esto ni mucho más aún se conseguirá si los ciudadanos con conciencia y de buena voluntad no salimos de la pasividad y nos "alistamos" en la multitud de propuestas de acción y en las diversas organizaciones y colectivos que están empujando del carro a fin de que no se quede atascado en el barro de las promesas incumplidas. En EE.UU pretenden destinar miles de millones de dólares para "rescatar" o "salvar" a varios bancos. Otros países harán algo parecido con sus bancos respectivos. Un gran clamor mundial deberíamos alzar para exigir similares medidas, pero no para salvar a los ricos accionistas y banqueros, sino para rescatar a millones de personas de las fauces del hambre. Pero esto no se hace y aquello sí. Por eso, escribe José Saramago con amargura: "Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran".



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