¿Vivimos mejor que nunca?

 

A primera vista, el progreso social en España no deja lugar a dudas: consumimos más, estudiamos más y vivimos menos aislados. Pero entonces, ¿por qué han levantado tantas ampollas las palabras de José Blanco? Hay quien cree que el pasado fue mejor. ¿Y tú, qué opinas?

Thaïs Gutiérrez 

 

 
 

El vicesecretario general del PSOE, José Blanco, abrió la caja de los truenos, el martes pasado, al asegurar sin ningún reparo que "los españoles viven mejor que nunca".

En medio de la crisis económica y a pesar del precio de la vivienda, de los mileuristas y del aumento del paro y de la precariedad, Blanco no tuvo ningún reparo en alabar el momento por el que pasa el país.

Pero, ¿es realmente cierto que ahora vivimos mejor que nunca?  

Para Antonio López Peláez, profesor de Sociología de la UNED, la frase de Blanco tiene truco porque "depende del plazo temporal de la comparación".

No es lo mismo comparar la situación actual con la de la posguerra, con la de la transición o con la de finales de los años 90. Para este profesor "sí que es cierto que vivimos mejor que nunca porque el país funciona mejor y hay un gran bienestar entre los ciudadanos" pero lo más importante "son las expectativas" de los ciudadanos.

Pasar hambre

Y es que España ha cambiado mucho en los últimos 70 años. "En la posguerra la preocupación de la gente era no pasar hambre mientras ahora su  inquietud es si se podrá ir de viaje", dice destacando que "el nivel de consumo en el que si vive se interioriza como normal" y por lo tanto "no sirve la comparación con el pasado".

Esto se traduce en que los ciudadanos ven como normal el nivel de bienestar del que gozan y ya no se acuerdan de si sus padres vivían en circunstancias peores. Actualmente lo que más ven es que el precio de la vivienda ha subido 14 veces más que los salarios en las últimas dos décadas, tal y como ha denunciado CC OO.

También ven que el paro ha subido este año a niveles de 1998 y todo apunta a que seguirá subiendo. Ven además que el salario mínimo interprofesional no llega a los 600 euros y que sigue siendo el más bajo de la Unión Europea y que los jóvenes universitarios, la generación más preparada de la democracia, sólo pueden aspirar a ser mileuristas.

"Ahora las expectativas son muy altas", dice López Peláez, "y si no se consiguen puede generar un cierto pesimismo".

El décimo

A pesar de todo esto, la revista The Economist sitúa el nivel de vida de España como el décimo de todo el mundo por delante de países como Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, apoyando la tesis de Jose Blanco.

Según el profesor del IESE, Manuel Baucells, "es cierto que vivimos mejor que nunca" pero destaca que "se trata de una frase que psicológicamente no funciona porque la gente ve sólo si está mejor o peor que el año pasado y en este caso puede que esté peor".

La clave, según explica este profesor, son las expectativas que se crean los ciudadanos y según dice "los políticos intentan manipularlas para usarlas en su favor". Pero en el caso de Blanco la jugada le puede haber salido mal porque en este contexto de crisis económica nadie percibe que ahora se esté mejor que antes. "Su frase puede producir la sensación de que nos están tomando el pelo con tanta euforia, justo ahora que atravesamos una situación difícil", dice Baucells, "aunque su significado sea literalmente verdadero".

A FAVOR

"Que no vuelvan aquellos tiempos de intereses desbocados y pluriempleo"

Por Yolanda Ortiz de Arri

Treinta años de democracia han dado para mucho. En 1975, recién salidos de una dictadura eterna y con los resquicios de la crisis mundial del petróleo todavía coleando, España se enfrentaba a una tarea inmensa de construcción y reconstrucción en muchos frentes.

En líneas generales, se puede decir que hemos salido airosos.  La transformación del país desde los setenta a la actualidad se utiliza como ejemplo en muchas sociedades que intentan una transición ordenada hacia un modelo democrático sólido y sostenible. También el país es objeto de admiración entre los socios europeos, que han visto como los millones de euros en fondos estructurales de la Unión han ayudado a que España sea un país moderno.

Estos cambios son la base de que los españoles vivamos hoy infinitamente mejor que nuestros padres. Es cierto que en los ochenta,  y con tres millones de pesetas podían conseguir un piso de 80m2 en el centro de una ciudad media. Pero no olvidemos que también se enfrentaban a tipos de interés de hasta el 18%. El Euribor, a pesar de la imparable escalada que ha sufrido este año, cerró ayer al 5,32%. Y gracias a la estabilidad que nos otorga el tan denostado euro, es poco probable que suba más allá del 6%.       

La transformación de la sociedad en los últimos treinta años también ha provocado cambios en la actitud hacia el trabajo, el ahorro y los hábitos de compra. Mi padre, como muchos otros de su generación, compaginaba dos trabajos para conseguir ahorrar la entrada del piso y sacar adelante a una familia de cuatro hijos. La clase trabajadora de entonces era mucho más numerosa que la clase media.

Hoy en día, la clase media la integran los hijos de muchos de aquellos currelas de los ochenta.  Y ellos, que ahora son jubilados y tienen tiempo libre, disfrutan bailando y jugando al tute en Benidorm gracias a las vacaciones subvencionadas por el Imserso que cuando eran jóvenes no podían pagarse.

Mientras, la generación del Facebook nace en un hospital moderno al que podrá acudir a que le traten de forma gratuita durante toda su vida; da por hecho que, si quiere, podrá ir a la universidad y hará un Erasmus; viajará a París o Londres varios fines de semana al año por 50 euros y saldrá con sus amigos de copas el fin de semana. Y cuando forme una familia, tampoco querrá más de dos hijos para mantener su calidad de vida. Es cierto que el tema laboral es complicado, pero también lo era en la época de nuestros padres, cuando en el Inem había registrados más de un millón de parados.

Los humanos tendemos a  recordar mejor lo que nos pasa a corto plazo. Somos más consumistas, sí, pero vivimos mucho mejor.

EN CONTRA

"Ahora que lo tenemos todo, hemos de preocuparnos por sobrevivir"

Por Cristina Fallarás

Vivimos mejor que nunca, en teoría, porque hay más universitarios, más mujeres en el mundo laboral, los vuelos de bajo coste nos ponen el mundo al alcance de la chancla, cambiamos la ropa del armario tres veces al año, la información fluye como el Amazonas, tenemos cientos de canales de televisión, blogs, youtube, myspace, móviles y portátiles a precios de risa, un iPod colgado de la cadera y muchos, muchos pisos construidos, muchos libros, muchas películas, mucho de todo.

¿Para qué?

Nada hay más subjetivo que la sensación de buena vida, y no es precisamente éste el mejor momento en España. Pero no a causa sólo de la crisis, que también, sino porque toda esa sensación de bienestar basada en el consumo -"hiperconsumismo", lo llama Lipotevski- enmascara nuestra constante insatisfacción, en la superficie, pero no consigue borrarla. En el fondo, ni los baratísimos salvavidas de H&M o Ryanair, ni el baño de ego diario en internet logran paliar el íntimo disgusto que nos acogota.

Porque no sirve de nada todo lo conseguido si no se puede disfrutar de ello. Además de tenerlo, hay que disfrutarlo. Ésa es la cuestión.

Los universitarios cuelgan sus rampantes títulos para meterse a comerciales en precario. Las mujeres trabajan fuera de casa, sí, y siguen haciéndolo dentro, y con exigencias físicas y de furiosa competitividad cada vez mayores. Cierto, ya son como hombres. Los hombres, por su parte, ven perplejos cómo se vapulea su imagen a base de cifras sobre palizas, asesinatos o calidad del semen -el macho es malo, pero ¿qué es el macho?-. Y en cuanto a todo lo adquirido, no nos quedan ni tiempo ni ganas de gozarlo. Porque un sueldo no llega para pagar un piso, ni propio ni de alquiler. Hay que buscar parches.

Al paso que vamos, acabaremos suspirando por llegar a mileuristas en un puesto de trabajo donde lo indefinido no será el contrato sino el horario -la Unión Europea ya habla de 65 horas semanales-. ¿Quién se acuerda de cuando las 35 horas estaban al alcance de la mano? ¿Quién de cuando mil euros eran un castigo para un joven? Y no nombraré, por decoro, lo de que las empresas tendrían guarderías para las madres.

Hemos entronizado el ocio y el consumo. Bien están ahí, para quien los quiera. Pero paralelamente no hemos liberado el tiempo necesario para disfrutarlo. Al contrario, vemos cómo nuestro poder adquisitivo se reduce a niveles ridículos frente a los gastos desorbitados que suponen las necesidades básicas: vivienda, educación de los hijos, transporte, alimentos...

Eso sí, siempre nos queda la posibilidad de comprarnos un billete barato de avión e irnos 20 días al año a la otra punta del mundo. Y, una vez allí, decirnos que el año entrante sí, cambiamos de curro, cambiamos de casa, cambiamos de pareja, cambiamos de coche. Cambiamos

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